Cabina S
Ubicada en lo alto de un cerro, con una vista privilegiada hacia el majestuoso Cerro La Campana, la obra se asienta en el paisaje agreste de Olmué, un pequeño pueblo en Chile. Concebida como un refugio temporal para el descanso, el proyecto responde a las necesidades de un cliente que solicitaba una estructura compacta, de bajo costo y protección frente al sol abrasador, características esenciales dada la exposición extrema del terreno y el presupuesto limitado, cercano a los 20 mil dólares. El diseño comenzó con una idea simple: un rectángulo enclavado en la vastedad del cerro, orientado hacia el Cerro La Campana. Esta disposición no solo enmarca el paisaje, sino que también permite seguir la topografía natural, minimizando los movimientos de tierra. La forma pura y alargada del volumen surge de las proporciones de los materiales locales, en particular vigas de madera de 4 metros de largo, que se posan sobre dos vigas metálicas de baja dimensión, maximizando así la eficiencia constructiva. Uno de los desafíos fue integrar una piscina, elemento fundamental del programa solicitado. En lugar de ubicarla como un anexo, se convirtió en la base misma del proyecto. La piscina se transforma en un cimiento estructural sobre el cual se posa la cabaña, aprovechando su volumen para reducir la cantidad de fundaciones necesarias. De este modo, la piscina se convierte en un elemento que no solo invita al descanso, sino que también sostiene el espacio habitable. Para mitigar el asoleamiento, se optó por un sistema de celosías, fruto de la colaboración con carpinteros locales. Tras múltiples ensayos, se llegó a una solución simple y efectiva: paneles compuestos por piezas de madera de 1x3 pulgadas, dispuestas como capas sucesivas, creando una textura delicada que recuerda la estructura repetitiva y precisa de una "torta de manjar", como cariñosamente la describían los artesanos. Estas celosías, reforzadas con elementos metálicos ocultos, envuelven la estructura, protegiéndola del sol y generando un juego de luces y sombras que cambia con el paso del día. La construcción, al igual que los espinos chilenos que salpican la zona, se cierra sobre sí misma, creando su propia sombra y resistencia ante el sol implacable del verano. El techo, cubierto de piedra volcánica extraída de la cordillera de los Andes, actúa como una capa aislante natural, evitando que el calor penetre en el interior, ofreciendo frescura en medio de un entorno rústico y desafiante. Así, la obra no solo se integra al paisaje, sino que lo dialoga. Es un refugio que mira hacia las montañas, pero se protege de ellas, como si aprendiera de la naturaleza misma. Un espacio sencillo, funcional y profundamente conectado con su entorno, que, a pesar de su escala reducida, responde a las grandes preguntas de la habitabilidad en un clima extremo.